La hojalatería de las Srtas. Vallejos

 

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En el tiempo se han quedado los golpes del sonido del martillo sobre el tol, el corte de las tijeras, la suelda con el estaño, el encendido del carbón en el fuelle, tres generaciones de la familia Vallejo dedicados a la hojalatería en Saquisilí, quienes producían hábilmente con sus manos los candiles y varios utensilios que se utilizaba en esa época.

La Sra. Blanca Genoveva Vallejo, de 75 años de edad, con nostalgia recuerda a su abuelito don Eloy Vallejo (+), a sus tíos Gilberto y Luzmila Vallejo y a su madre la Sra. Mariana Vallejo (+), quienes en épocas pasadas eran los primeros que se dedicaban al trabajo de la hojalatería en el cantón. 

Ella nos cuenta que ingresó a la escuela “República de Colombia “en 1956 a la edad de 8 años, terminó sus estudios hasta el sexto grado y por la situación económica limitada de su madre no pudo continuar más niveles de preparación. En ese tiempo su madre ya sabía del oficio que heredó de su padre, de niña veía como trabajaba su madre posteriormente empezó a ayudarle, con el paso del tiempo a los 16 años aprendió y perfecciono el arte que realizaba su madre, a su mente le viene el recuerdo de la elaboración de objetos en tol, los mismos que eran muy peligrosos porque corrían el riesgo de cortarse los dedos, que cuando eso sucedía, se envolvían trapitos en los dedos y seguía trabajando.

Cada uno de los objetos que realizaban en tol tenía su proceso: primeramente, realizaba un molde el mismo que era cortado con tijera, a partir de ahí le iba dando forma con el golpe del martillo y la suelda.

El candil o lámpara se construía por partes, primeramente, de un tarro se cortaba el vuelo, le daban forma y para ello se ayudaba con el compás para que vaya recto y en proporciones iguales para poder embonar el candil, el acabado requería de mucha paciencia, para elaborar la mecha utilizaba un clavo, el candil le soldaba por medio de un fuelle el mismo que le daba calor al candil de esta manera le daba el acabado.

Así también elaboraba embudos de diferentes portes, ajichadores, además fabricaban los azadones para la época de navidad, sus clientes eran de Pujilí y Saquisilí la familia Vilcacundo, Paucarima, quienes alquilaban la ropa de caporal, para todos estos objetos tenía un molde que le facilitaba el trabajo.

A los 20 años ya realizaba los candiles por docenas, su madre le decía ¡pueda que te cortes! ¡despacito harás los cortes! Las herramientas que utilizaba eran: martillo, tijera, tenaza, fuelle y el cautín al rojo vivo. 

Los materiales para la elaboración de los candiles traían de Quito, había un señor que le enviaba por bultos, de ahí se ponía a trabajar y sus mejores clientes, eran de la Costa, del Oriente y del cantón compraban uno o dos, el costo por unidad era a cuatro riales hasta un sucre, la docena de candiles inició vendiendo a razón de cuatro sucres, las últimas docenas que vendió fue de hasta 12 sucres, en tres días realizaba 10 docenas de candiles, los días jueves entregaba a los clientes.

El local estaba ubicado en las calles 9 de Octubre y Mariscal Sucre, las personas cuando necesitaban adquirir un objeto o querían que les suelde la olla decían: “vamos donde las señoritas Vallejos

Mariana del Consuelo Vallejo una de sus hijas nos cuenta que también aprendió el arte que realizaba su madre quien manifiesta que fue, “muy duro, muy sacrificado” recuerda que siendo su madre una mujer de tamaño pequeñito, pero de un corazón bien grande aprendió a realizar este trabajo que normalmente hace un varón, señala que a su madre le traían por bultos tarros reciclados de café, de la carioca, de conservas, cortaba la lata con tijera y sus hermanos pequeños ayudaban con un cuchillo finito, limpiaban la pintura de la lata, ayudaban hacer los trabajos más fáciles,  para que su madre pueda soldar con el estaño y darle forma al candil, esos trabajos muy duros para su madre.

Se levantaba a las 3 o 4 de la mañana a trabajar, prendía su fuelle con carbón para poner los cautines que estén al rojo vivo para darle la forma al candil, con ese esfuerzo les educó hasta donde pudo para sacarles adelante a sus hijos.

La Sra. Mariana del Consuelo señala que su madre tenía los moldes para hacer los ajichadores, le daba la forma a la lata, cuando cortaba quedaba los filos como un cuchillo, ese trabajo no les dejaba hacer a sus hijos, elaboraba también moldes para key. Antes la gente no quería desprenderse fácilmente de sus ollas, cuando se rompían acudían con sus ollas, para que les suelden y así darle vida nuevamente: para ello le lijaba la parte rota de ahí le ponía el estaño y las ollas nuevamente servían. Así también venía con otros utensilios y les reparaban, otro de los trabajos que realizaba era los embudos de todo porte, para embutir las morcillas, embudo para poner las colonias que eran en botellas pequeñas.

Cuando su madre dejo de hacer esta actividad sintió tristeza, su madre no quería dejar este trabajo señala.

Los tiempos fueron cambiando empezó a llegar la energía eléctrica a los sectores donde utilizaban los candiles que iluminaban las largas noches, los ajichadores de plásticos sustituyeron a los de tol, al igual que a los embudos, así de poco fue dejando de atender a los clientes la Sra. Genoveva y tomo la decisión de cerrar el taller.

En la Actualidad la Sra. Genoveva, manifiesta que se entretiene tejiendo manualidades a mano tales como chambras y ponchitos de bebe, este trabajo realiza bajo pedido, señala que va a seguir tejiendo “hasta cuando dios le de vida”.              

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